domingo, 30 de enero de 2011

Años atrás.

Bajábamos la cuesta de Salaberry. Para hacerlo, teníamos dos opciones, las tapias del cementerio,vereda estrecha y peligrosa, a la que se entraba por detrás de la casa de nuestro amigo Hidalgo, (aquel que años después supe que se había suicidado), y la cuesta en sí, amplia y terrosa, en la que los regueros que el agua había marcado, nos permitían escoger el grado de dificultad de la bajada. La cuesta, tenía adoquinada una zona, pero por allí no bajábamos nunca. Al final de la cuesta, estaba la Academia Salaberry, regentada por D. Pedro, meta ideal de la sabiduría para nosotros, porque la academia era de pago. Mi madre en algún momento nos apuntó, para que aprendiéramos mecanografía. Nadie nos enseñaba. Nos dejaban ante una máquina de escribir y, de vez en cuando, sacaba por la clase la cabeza, la hermana simplona de D. Pedro para ver que hacíamos. Durante muchos años , he sentido verdadera aversión por los teclados para escribir. La academia era un edificio aislado, de dos o tres pisos y cubiertas a cuatro aguas. De D. Pedro recuerdo su artificioso peinado, el cabello hacia adelante cubriendo su calvicie, recogido en un bucle final, con una horquilla de pelo, algo insólito en un varón de los años cincuenta. Tambien recuerdo la regla con la que golpeaba a los más revoltosos. Al final de la calle Salaberry, cruzaba, y cruza aún General Ricardos, donde estaban la parada del tranvía y la pastelería Salaberry, el recuerdo de la cual, me ha puesto a escribir hoy. El escaparate de aquella pastelería tenía siempre a la vista, como protagonistas de mi golosinería, expléndidas "milhojas", así femeninas. Láminas de hojaldre tostado,que contenían entre ellas gruesas capas de clara batida con azúcar, "merengue", la nata de los pobres. Hoy, con la culpa del ligero sobrepeso a cuestas,me acabo de comer un "milhojas" parecido a los de mi infancia. Monumental, una pastelería de pueblo, los ofrecía al gusto y al recuerdo de los paseantes. Tenía, cómo no , merengue, pero mucho menos que "los mios". Estaba enriquecido por un bizcocho con crema, al gusto de ahora. Estaba rico. Pero no ha podido borrar el que, idealizado, se quedó hace mucho tiempo ya, en mi memoria. Torre del Mar, enero, 2011.

1 comentario:

Xenia dijo...

Cuando pides un milhojas suelen darte una pieza compacta de frágil hojaldre con crema muy compacta, o nata hipercalórica, con o cin fresitas encima... nada que ver con ese recuerdo tuyo. Siempre me sorprende que tú, tan indiferente a las golosinas, tengas ese tropismo por los milhojas que buscas y buscas una y otra vez, un postre que a mí más bien me repele por el exceso de dulzura (con lo golosa que soy!!). Pero claro, es que es tu magdalena de Proust!!
Tomo nota de la pastelería Salaberry. Te llevaré, vale?
beso